Demasiado tarde-Capítulo VII y final.

Capitulo VII

Y después, aquella luz. Una enorme bocanada luminosa, blanca y cegadora. Podía sentir lo mucho que le molestaba hasta el punto de hacerle daño aun con los ojos fuertemente apretados. Pero antes de intentar abrirlos pausadamente, le surgieron dudas. Se acababa de volar la tapa de los sesos con un tiro en la sien. Si, sin duda alguna él mismo había apretado el gatillo del revolver que habría de transportarlo hacia la muerte, sin embargo, una especie de consciencia permanecía latente en su interior y tuvo la necesidad de moverse. 
Primero los dedos de las manos. Su cerebro mandó la orden y aunque torpes, sus falanges comenzaban a desperezarse. Le siguieron los pies con igual resultado. Una leve sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro aunque aun no se atrevía a abrir los ojos por miedo a lo desconocido.
-¿será esto la otra vida? – pensó por un instante.
Un escalofrió le recorrió el cuerpo percibiendo de golpe la trascendencia de los hechos. Giró levemente su cabeza al oír una voz tenue, casi un susurro. Intentó abrir los párpados nuevamente, apenas un resquicio para comprobar de donde o de quien provenía pero aquella hiriente luz parecía querer quemarle las pupilas y volvió a cerrarlos de nuevo con todas sus fuerzas. La voz tomó aún más cuerpo aunque aduras penas lograba extraer nada inteligible de su perorata. A aquella se le unieron otras voces, dispares, procedentes de diferentes puntos desde donde él percibía encontrarse aparentemente tumbado. Eran distintas a la primera sin duda, poseían otro timbre, otro registro. 
Siguió moviendo la cabeza levemente, de un lado a otro, cómo si aquel vaivén le otorgara a sus oídos la capacidad de discernir con mayor eficacia. Decidió entonces no esperar más y en un intento algo infantil se mordió la punta de la lengua, como un pequeño ardid que le hiciera aguantar el dolor que a buen seguro, provocaría aquel haz proyectado nuevamente sobre sus ojos. Las voces se percibían ahora con mayor claridad y reconoció el tono de la primera que había escuchado, dirigiéndose a él y preguntándole algo que no conseguía descifrar.
- ¿A qué esperar más?- . pensó
Tenía que saber donde se encontraba, que estaba haciendo en donde quisiera que estuviese y sobre todo, a quienes pertenecían aquel coro de voces inconexas que le rodeaban.
-Poco a poco- se dijo a si mismo -lentamente-.
Y así lo hizo. Abrió los ojos milímetro a milímetro, permitiendo que aquel caudal luminoso los fuera bañando. Las voces continuaron acentuándose y sonaban más cercanas. Prosiguió con la apertura, lenta y cadenciosa, acostumbrándose a aquella nueva dimensión. Sintió miedo de repente. Un vacío amargo y sobrecogedor que paralizaba cualquier intento de movimiento. Miedo, en definitiva. 
La imagen percibida era borrosa, difuminada y tan solo podía distinguir entre claroscuros, las siluetas de lo que aparentemente se le antojaron cabezas. Varias de ellas alrededor de él, calladas ahora, examinándolo ocularmente mientras él permanecía en estado horizontal. Si su primera impresión no le engañaba, parecían llevar sus cráneos envueltos en una especie de tela ajustada y portaban un artilugio luminoso sobre los ojos. Demasiado pronto aún para distinguir colores y matices. 
Intentó mover la lengua, más para comprobar que seguía poseyendo movimiento que por vocalizar palabra alguna. Al igual que con los dedos, se congratuló de que esta permaneciese en uso. Balanceó la mandíbula inferior de izquierda a derecha como en un ejercicio preliminar, preparando su aparato bucofaríngeo y maxilar como en un calentamiento atlético. Le era imposible ya esperar más en aquella situación sin emitir alguna pregunta que lo sacara de tal incertidumbre. 
El aire subió lento y tibio desde sus pulmones, atravesando el esófago y las cuerdas vocales, dirección a su garganta. Templados ya los músculos de su cavidad bucal, abrió las mandíbulas articulando un leve balbuceo.
-¿estoy en el cielo?... –
Las cabezas se miraron unas a otras entre si y la que parecía ejercer de portavoz, sonrió amablemente y para sorpresa de Ismael, le habló en su misma lengua.
- no, no es precisamente el cielo. Pero podría ser peor. Está usted despertando del efecto de la anestesia y se encuentra en la unidad de cuidados intensivos. – El cirujano abrió sus brazos extendiéndolos en un gesto que abarcaba simbólicamente a las otras cabezas y continuó hablando.
-Mi equipo y yo le hemos intervenido hace un par de horas-.
La potente luz parecía haber pasado a un segundo plano y lo realmente acuciante en ese momento quizá fuera asimilar y comprender aquella situación. Instantáneamente pareció entenderlo todo.
- ¿del tumor?
-¿tumor?- volvieron a sonreír, en esta ocasión de manera más ruidosa. - Señor Álvarez, usted no tiene ningún tumor. Le hemos extirpado el apéndice y la cuestión se ha complicado un poco a causa de una pequeña perforación, pero ahora todo está controlado. Descanse y dentro de muy pocos días, estará usted de nuevo en su casa disfrutando de una vida normal.

Tras una semana de convalecencia hospitalaria y toda vez que su intervención no revestía complicaciones aparentes le concedieron el alta médica. Aguardó pacientemente en la entrada principal a que apareciera algún taxi ya que la parada permanecía desértica y la lluvia caía copiosamente. La negrura de las nubes y la forma de precipitarse transformadas en agua confirmaban su vocación de continuidad en el devenir de las siguientes horas. En aquella espera volvió a pensar sobre lo acaecido en los últimos días pues a pesar del tiempo que había tenido para reflexionar sobre ello, se sentía aún demasiado confuso. Jamás había vivido una experiencia semejante y le poseía una desconcertante sensación de dualidad pues se mezclaban los sucesos soñados, tan reales por otro lado, con la propia realidad, aparentemente indiscutible en cualquier caso. Acomodado en el asiento de atrás del primer automóvil que acudió, extravió la mirada a través de la ventanilla moteada de gotas de agua y su mente permaneció sumergida como en un fluido denso que no le permitiera pensar con agilidad. Tan solo restaba llegar a su casa y comprobar en que estado se hallaba esta. Aquello vendría a ser algo así como la confirmación absoluta de que todo había sido un mal sueño alimentado por la anestesia. Como si aquellos fármacos administrados para dormir su consciencia, hubieran despertado a la vez a todos los fantasmas encerrados en la parte más obscura del subconsciente, reviviéndolos y trasladándolos a un plano de realidad. 
Cuando intentó abrir la puerta de la casa, notó que el pulso le temblaba y vaciló durante unos segundos. Sintió un miedo infantil y primario al intentar introducir la llave en la cerradura y una vez dentro, no fue capaz de girarla hacia ningún lado. Se quedó inmóvil, con una mano sujetando el extremo visto de la llave y con la otra asiendo el pomo. De golpe y con un movimiento seco la puerta se abrió y ante sus ojos un tipo enorme de duras facciones se dispuso a salir. Un susto así era lo menos indicado para su debilitada salud y el corazón se le disparó, trotándole dentro del pecho arrítmicamente al borde de la taquicardia. Tuvo que apartarse para que aquel corpulento hombre que abandonaba la casa no lo arrollase.
-eh, ¿quién coño eres tu?-
Aquel sujeto se dirigió con rapidez hacia una furgoneta negra aparcada en la acera. No se molestó ni en mirarle aunque su pregunta quedó respondida cuando fijó la vista en la parte posterior del chaleco que lo embutía, donde rezaba la palabra POLICÍA e intuyó con un alivio relativo lo que había ocurrido.
- ¡joder, me han robado¡
Se introdujo en la casa atravesando con dificultad el pasillo principal que conducía al salón eludiendo con movimientos casi gimnásticos al resto de policías que ocupaban literalmente su hogar.
- ¿me quiere alguien explicar qué coño pasa aquí?
Uno de los hombres, ataviado con una raída gabardina negra que permanecía de rodillas dando instrucciones al equipo que le rodeaba, se incorporó y miró en la dirección en la que Ismael permanecía de pie.
-¿es usted el forense?- Ismael abrió la boca con lentitud en un intento de explicarle que era el dueño del apartamento pero otra voz, más grave y rápida que la suya, se elevó en el aire justo detrás de él.
-Si, soy el forense. El juez está a punto de llegar.-
Ismael miraba atónito a un lado y a otro.
-¿pero es que nadie va a hacerme caso?
El médico pasó delante de sus narices dirección al corro de hombres y mujeres uniformados que con tanto celo guardaban el misterio que debía haber provocado todo aquel despliegue. Cansado de pasar desapercibido, decidió seguirlo hasta el otro extremo del salón. Por encima del grupo de policías arrodillados, se alzaba otro agente que cámara en mano no cesaba de dispararla. Le faltaba algo más de un metro para llegar a la altura del lugar cuando escuchó la voz del tipo de la gabardina negra dirigiéndose al forense.
- Doctor, a falta de la autopsia, creo que está claro que ha sido el impacto contra el cristal de la mesa lo que lo ha matado-.
Ismael detuvo de golpe sus pasos y tragó saliva. La expresión helarse la sangre tomo forma en su torrente sanguíneo mientras un agudo y molesto pitido que aumentaba progresivamente de volumen, se había instalado en sus oídos, mareándolo. Sintió una corriente de aire frío, como si en ese justo instante y al unísono, todas las puertas y ventanas hubieran sido abiertas. Fue entonces cuando el mayor grado de comprensión que jamás hubiera experimentado, se le vino encima violentamente. Una ligera náusea subió hasta su garganta pero aun así decidió avanzar y asomarse sobre aquellas cabezas para certificarse a si mismo lo que llevaba intuyendo desde hacía unos segundos. Que el cuerpo que yacía sin vida en el suelo de aquel salón con la frente completamente destrozada era, sin lugar a dudas, el suyo. No era miedo lo que sentía sino vértigo. Ahora entendía súbitamente por que nadie respondía a sus preguntas. No era visto ni oído por los demás sencillamente porque estaba muerto.
-señor, acérquese por favor-
solicitó un agente al jefe de la investigación. Este le mostró un teléfono sobre cuya consola parpadeaba insistente una pequeña luz de color rojo, avisando de la existencia de mensajes grabados aun sin escuchar. Inspector y ayudante intercambiaron sus miradas durante unos segundos sin decir nada, como si ambos compitieran intentando calcular el peso exacto de aquel aparato.
- no se jefe, igual es algo interesante, algo que pueda ayudarnos-
El oficial asintió levemente con la cabeza y mientras el agente sujetaba el teléfono con ambas manos, él pulsó con suavidad la tecla que reproducía la grabación. Era un modelo antiguo, de los que portan una pequeña cinta magnetofónica insertada en un cajetín y que al ponerlo en marcha, emiten un ruido característico de motores y poleas que giran al unísono hasta que la voz grabada se hace audible.

-Esto es un mensaje para Ismael Álvarez. Mi nombre es Patricia Sotomayor y soy la directora del hospital donde se ha realizado usted las pruebas oncológicas cuyo resultado positivo le comunicó el doctor Francisco Oquendo días atrás. Le ruego se pongo en contacto conmigo urgentemente, pues debido a un lamentable error se ha confundido su expediente con el de otro paciente llamado Israel Álvarez. Don Ismael, quiero trasladarle mis más sinceras disculpas por este error y además poner a su disposición nuestro servicio jurídico para cualquier consulta o acción que usted desee realizar. No obstante le transmito mi alegría al poder comunicarle que afortunadamente usted, no padece cáncer de ningún tipo.Quedo a su disposición para cualquier cuestión. Un fuerte abrazo...-

Inspector y agente entrecruzaron las miradas sin saber bien hacia donde dirigir sus pensamientos. Entretanto, el cadencioso sonido del péndulo de un reloj de pared se apoderaba, a modo de banda sonora, del silencio instalado de golpe en aquel lugar.
FIN 

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