Lisboa, Sofía, Edimburgo (o el eje Déjà vu)

"Lisboa, Sofía, Edimburgo" narra la efímera historia de un encuentro casual en la ciudad de Lisboa cuyo final proporciona a su protagonista un cierto sabor agridulce. Reflexiona sobre el nexo existente entre las pequeñas dimensiones de nuestro planeta, el gran número de posibilidades de que una mala experiencia vuelva a presentarse en nuestra vida y lo cerca que a menudo nos encontramos de cometer el mismo error por enésima vez.
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Y aparecieron las canas

Aprendí por el camino, que casi todo me sobraba.

Que con solo confiar, la vida,
poco a poco y sin excesos
me surtía de todo aquello que realmente me faltaba.
Que vivir de sol a sol no requería más que las ganas
Y al llegar la noche y el sueño, ganas de que llegara mañana.

Tan solo algo me resultó indispensable:
Las buenas gentes, y las malas.
Los caminos polvorientos, también las buenas calzadas.
Los corazones, su energía. Saber que me acompañaban.

Encender una vela, la forma de dar las gracias.
Encender una vela y mantener esa llama.

Me sobran tantísimas cosas…
Me faltan vuestras miradas
(Jesús Agenjo)

El mundo se ve diferente mientras te asomas al ventanal de tu despacho...

El mundo se ve diferente mientras te asomas al ventanal de tu despacho, situado en la última planta de un rascacielos del centro financiero de Madrid y saboreas las mieles del éxito. Cuando todo el mundo se rinde a tus pies, cuando
con un solo chasquido de dedos consigues caprichosamente todo aquello que pides, por absurdo que pueda llegar a ser, sientes con fuerza en tu torrente sanguíneo que eres el puto amo, que estás en la cima y que todo lo que se te antoje o desees hacer realidad, está a tu alcance. Y si, de modo adicional, el mueble bar de tu despacho nada tiene que envidiar a la carta de licores del Waldorf Astoria e insospechadamente, alguien rellena de cocaína a diario el pequeño cofre dorado que reposa sobre tu mesa y el mismo que lo rellena es tu eficiente secretario que además de eficiente, te alivia de vez en cuando con un delicioso revolcón sobre tu elegante sofá de piel, ¿qué más puedes ya pedirle a tu inmejorable existencia?. Te asomas al enorme ventanal que nutre de luz aquel magnifico espacio y miras al resto del mundo con una sensación de superioridad incomparable, como si fueras el dueño de un vasto imperio.
Notas como tu adrenalina viaja por el torrente sanguíneo a una velocidad que hace que sientas que tienes una erección constante. Y todo eso, joder, no nos engañemos, te pone cachondo cada puñetero minuto.
Esto mismo es lo que sentía constantemente Salvador Gaitán por cada poro de su piel y con sus cincos sentidos a la vez. Había pasado de ser un total desconocido que como hobby redactaba algún relato mediocre de vez en cuando y enviaba a algunas editoriales con nulo éxito, al reconocimiento internacional de su obra literaria. Sus dos primeras novelas, editadas bajo el auspicio de Zarco Arteaga
Editores y más concretamente por Arturo Zarco, copropietario de la misma, le habían catapultado a un éxito que Salvador jamás hubiera podido imaginar. Esas dos obras se habían convertido en best sellers internacionales, distribuidas y traducidas en más de treinta países y produciendo unos beneficios económicos astronómicos, tanto para la editorial como para él. Salvador pasó de vivir en un estudio alquilado de treinta y cinco metros cuadrados en una ciudad dormitorio de las afueras de Madrid a ser el propietario de una magnifica mansión en una exquisita zona residencial del norte de la capital. Contrató personal de
servicio y dado que, a pesar de sus treinta años, jamás se había planteado obtener la licencia de conducción, adquirió un suntuoso vehículo y los servicios de un chófer profesional que estuviera a su servicio prácticamente las veinticuatros horas del día.


Nada que no pudiera ocurrirle a cualquiera con el grado adecuado de ambición, perseverancia y porque no decirlo, algo de suerte. Pero lo cierto es que no todos sabríamos manejarnos de igual modo ante la misma circunstancia.
Por eso es que hay días en los que, hasta la mejor de las erecciones puede venirse abajo por algún acontecimiento inesperado.
El teléfono sonó rompiendo el ensueño de Salvador  mientras oteaba la ciudad desde su privilegiada atalaya. La voz de su secretario sonó a través del interfono.


-Salvador, siento interrumpirte, pero hay alguien en recepción que desea verte-
-¿Sin cita? Lo siento, dile que estoy muy ocupado-
-Sí, sin cita Salvador pero me temo que tendrás que atenderle.
Hubo un silencio en la línea
- ¿ah, sí? Por curiosidad Mario, ¿quién coño se cree tan importante para que yo tenga que atenderle sin cita?
El visitante acercó a la cara del recepcionista una cartera de bolsillo abierta para que pudiera corroborar lo que minutos antes le había dicho de viva voz.
El secretario retomó la conversación
-  es el inspector Garrido, de la policía- se hizo de nuevo el silencio.
Salvador se dirigió al mueble bar para estrenar una botella de Macallan. Volcó lentamente tres dedos de aquel oro líquido sobre un vaso bajo de cristal y lo precipitó gaznate abajo sin permitirle hacer parada en el paladar a la par que apretaba un botón en el teléfono
-De acuerdo, dile que suba-.

Los consejos de Regina Brett a sus 90 años

Estos consejos fueron escritos por Regina Brett. Lo hizo para celebrar que envejecía y fueron los 45 consejos más Sabios y más leídos por los distintos medios y por sus seguidores.
Regina Brett cumplió 90 años y nos hizo un muy bello regalo:


1. La vida no es justa, pero aún así es buena.


2. Cuando tengas una duda, sólo toma el siguiente paso pequeño que venga.


3. La vida es muy corta como para gastar tiempo odiando a alguien.


4. Tu trabajo no se encargará de ti cuando te enfermes, tus amigos y padres lo harán. Mantente en contacto con ellos.


5. Paga tus tarjetas de crédito cada mes.


6. No tienes que ganar cada discusión. Acuerda en que desacuerdas.


7. Llora con alguien. Te sana más que llorar solo.


8. Está bien enojarse con Dios, ÉL lo puede soportar.


9. Ahorra para tu jubilación empezando desde el primer cheque, y si tienes dinero compártelo con tus amigos que mas estimas, los de la juventud.


10. Cuando se trata de chocolate, resistirse es inútil.


11. Haz paz con tu pasado, así no te malogrará tu presente.


12. Está bien dejar que tus hijos te vean llorar.


13. No te compares con otros. No tienes idea del viaje que ellos llevan.


14. Si una relación debe ser en secreto, entonces no deberías estar en ella.


15. Todo puede cambiar con un solo pestañear. Pero no te preocupes, Dios nunca pestañea.


16. Respira profundo. Relaja la mente.


17. Deshazte de todo lo que no sea útil, bonito o alegre.


18. Lo que no te mata, de verdad te hace más fuerte.


19. Nunca es tarde para tener una infancia feliz. Pero la segunda depende de ti y de nadie más.


20. Cuando se trata de ir tras lo que amas en la vida, no tomes un NO como respuesta.


21. Quema las velas, usa los manteles finos, ponte lencería fina. No los guardes para ocasiones especiales, hoy es especial.


22. Prepárate mucho, después anda con la corriente.


23. Se excéntrico ahora. No esperes a ser viejo para usar púrpura.


24. El órgano sexual más importante es el cerebro.


25. Nadie está a cargo de tu felicidad, excepto tú.


26. Etiqueta cada uno de esos llamados desastres con esta frase: "En 5 años, ¿esto importará?"


27. Siempre escoge la vida.


28. Perdona a todo y a todos.


29. Lo que otros piensan de ti no es tu problema.


30. El tiempo cura casi todo. Dale o date tiempo.


31. Por más buena o mala que una situación sea, va a cambiar.


32. No te tomes tan en serio. Nadie más lo hace.


33. Cree en los milagros.


34. Dios te ama por quien eres, no por nada que hayas hecho o dejado de hacer.


35. No audiciones para la vida. Preséntate y haz lo mejor de ella.


36. Envejecer es una mejor alternativa que morir joven.


37. Tus hijos solo tienen una infancia.


38. Todo lo que importa al final es que hayas amado.


39. Sal todos los días. Los milagros están esperando en todas partes.


40. Si todos tiráramos nuestros problemas en una fuente y viéramos los problemas del resto, agarraríamos nuestro saco de nuevo.


41. La envidia es una pérdida de tiempo. Ya tienes todo lo que necesitas.


42. Lo mejor está por venir.


43. No importa cómo te sientas, levántate, cámbiate y preséntate.


44. Cede.


45. La vida no tiene un moño encima, pero aún así es un regalo.

"No se envejece por haber vivido una cantidad de años; se envejece por haber desertado de un ideal."

"Los años arrugan la piel, pero desertar a un sueño arruga el alma."

STOP, PERSONALIDAD TÓXICA A LA VISTA

El blog Humanismo y Conectividad propone el siguiente catálogo de personalidades tóxicas:
1. El manipulador: Estos individuos son expertos en las tácticas de la manipulación y el manejo (a veces non santo) de las personas. Con ellos, uno puede incluso no darse cuenta de que ha sido manipulado hasta que es demasiado tarde. Estas personas ven a otras como dispositivos para obtener lo que quieren.
¿Por qué son tóxicas?: Porque buscan alimentarse de tu sistema de creencias y tu autoestima. Siempre encuentran maneras de hacer que uno haga cosas que no queremos hacer y antes de que te des cuenta, pierdes tu sentido de identidad, tus prioridades personales y tu capacidad de ver la realidad de la situación. El mundo de repente se centra alrededor de sus necesidades y sus prioridades.
2. El narcisista: Tienen una extrema sensación de auto-importancia y creen que el mundo gira en torno a ellos. No son astutos como el manipulador, pero en cambio, tienden a ser poco abiertas acerca de cómo satisfacer sus necesidades. Todos adolecemos un poco de esta toxicidad.
¿Por qué son tóxicas?: Porque están exclusivamente centradas en sus necesidades, dejando las de otros de lado. Ellos obtienen energía haciendo que uno se centre en ellas.
3. El deprimido: No pueden apreciar lo positivo de la vida. Si uno se presenta optimista ellos harán todo lo posible hundir nuestras expectativas confundiéndonos con amenazas emergentes que nos acosas por todos los costados.
¿Por qué son tóxicas?: Tienden a drenar la alegría de todo lo que los rodea. Cualquier visión optimista que se tenga es aplastada con esa negatividad que consume energía mental de todos a su alrededor.
4. El juzgador: Cuando ves las cosas de una manera ellos, invariablemente la verán de manera contraria.
¿Por qué son tóxicas?: Son como los deprimidos. Pasar demasiado tiempo en contacto con este tipo de personas puede inadvertidamente convertirte en uno de ellos.
5. El matador de sueños: Cada vez que tenés una idea, estas personas te dicen por qué no se puede llevar a cabo. Cuando lo puedes lograr, ellos tratan de tirarte abajo y sumirte en la duda.
¿Por qué son tóxicas?: Estas personas quedaron atrapadas en lo que es en lugar de lo que podría ser y por eso tienden a erosionar la confianza en ti mismo ya que bloquean las posibilidades emergentes. El progreso y el cambio sólo pueden producirse a partir de hacer cosas nuevas e innovadoras, de soñar lo imposible y de arriesgarse a lo nuevo.
6. El mentiroso: Son aquellas con las que sentimos que nunca son sinceras. Son excesivamente simpáticos y suelen tener una permanente sonrisa de oreja a oreja pero estar sobrecargados de falsedad.
¿Por qué son tóxicas?: Las personas que no son sinceras o auténticas suelen construir relaciones superficiales e interesadas. Cuando uno necesita de ellas, no estarán allí. Cuando realmente necesites una crítica constructiva, no esperes nada de ellos. Cuando necesites ayuda, no cuentes con ellos.
7. El irrespetuoso: Estas personas dicen o hacen cosas en el momento más inadecuado y en la mayoría de las veces, en forma inapropiada. En esencia, son más sutiles, pero son matones en potencia.
¿Por qué son tóxicas?: No tienen ningún sentido de los límites y tienden a no respetar tus sentimientos y tu privacidad. Suelen hacer que uno se sienta frustrado y vapuleado.
8. El insatisfecho: A ellas, nunca se les puede dar lo suficiente como para que esten bien y sean felices. Suelen tener expectativas poco realistas, siempre ven que todo a su alrededor los boicotea y nunca asumen la responsabilidad de sus propios actos.
¿Por qué son tóxicas?: Uno tiende a pasar mucho tiempo tratando de complacerlos. Suelen exigir de los demás tiempo y energía obligándote a sacrificar sus propias necesidades.
……
Finalidad: libertad para elegir las personas con las que nos relacionamos, entender que cada ser que se cruza en nuestro camino tiene una lección que enseñarnos y disciplinarnos en el método de la higiene mental.

Demasiado tarde-Capítulo VII y final.

Capitulo VII

Y después, aquella luz. Una enorme bocanada luminosa, blanca y cegadora. Podía sentir lo mucho que le molestaba hasta el punto de hacerle daño aun con los ojos fuertemente apretados. Pero antes de intentar abrirlos pausadamente, le surgieron dudas. Se acababa de volar la tapa de los sesos con un tiro en la sien. Si, sin duda alguna él mismo había apretado el gatillo del revolver que habría de transportarlo hacia la muerte, sin embargo, una especie de consciencia permanecía latente en su interior y tuvo la necesidad de moverse. 
Primero los dedos de las manos. Su cerebro mandó la orden y aunque torpes, sus falanges comenzaban a desperezarse. Le siguieron los pies con igual resultado. Una leve sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro aunque aun no se atrevía a abrir los ojos por miedo a lo desconocido.
-¿será esto la otra vida? – pensó por un instante.
Un escalofrió le recorrió el cuerpo percibiendo de golpe la trascendencia de los hechos. Giró levemente su cabeza al oír una voz tenue, casi un susurro. Intentó abrir los párpados nuevamente, apenas un resquicio para comprobar de donde o de quien provenía pero aquella hiriente luz parecía querer quemarle las pupilas y volvió a cerrarlos de nuevo con todas sus fuerzas. La voz tomó aún más cuerpo aunque aduras penas lograba extraer nada inteligible de su perorata. A aquella se le unieron otras voces, dispares, procedentes de diferentes puntos desde donde él percibía encontrarse aparentemente tumbado. Eran distintas a la primera sin duda, poseían otro timbre, otro registro. 
Siguió moviendo la cabeza levemente, de un lado a otro, cómo si aquel vaivén le otorgara a sus oídos la capacidad de discernir con mayor eficacia. Decidió entonces no esperar más y en un intento algo infantil se mordió la punta de la lengua, como un pequeño ardid que le hiciera aguantar el dolor que a buen seguro, provocaría aquel haz proyectado nuevamente sobre sus ojos. Las voces se percibían ahora con mayor claridad y reconoció el tono de la primera que había escuchado, dirigiéndose a él y preguntándole algo que no conseguía descifrar.
- ¿A qué esperar más?- . pensó
Tenía que saber donde se encontraba, que estaba haciendo en donde quisiera que estuviese y sobre todo, a quienes pertenecían aquel coro de voces inconexas que le rodeaban.
-Poco a poco- se dijo a si mismo -lentamente-.
Y así lo hizo. Abrió los ojos milímetro a milímetro, permitiendo que aquel caudal luminoso los fuera bañando. Las voces continuaron acentuándose y sonaban más cercanas. Prosiguió con la apertura, lenta y cadenciosa, acostumbrándose a aquella nueva dimensión. Sintió miedo de repente. Un vacío amargo y sobrecogedor que paralizaba cualquier intento de movimiento. Miedo, en definitiva. 
La imagen percibida era borrosa, difuminada y tan solo podía distinguir entre claroscuros, las siluetas de lo que aparentemente se le antojaron cabezas. Varias de ellas alrededor de él, calladas ahora, examinándolo ocularmente mientras él permanecía en estado horizontal. Si su primera impresión no le engañaba, parecían llevar sus cráneos envueltos en una especie de tela ajustada y portaban un artilugio luminoso sobre los ojos. Demasiado pronto aún para distinguir colores y matices. 
Intentó mover la lengua, más para comprobar que seguía poseyendo movimiento que por vocalizar palabra alguna. Al igual que con los dedos, se congratuló de que esta permaneciese en uso. Balanceó la mandíbula inferior de izquierda a derecha como en un ejercicio preliminar, preparando su aparato bucofaríngeo y maxilar como en un calentamiento atlético. Le era imposible ya esperar más en aquella situación sin emitir alguna pregunta que lo sacara de tal incertidumbre. 
El aire subió lento y tibio desde sus pulmones, atravesando el esófago y las cuerdas vocales, dirección a su garganta. Templados ya los músculos de su cavidad bucal, abrió las mandíbulas articulando un leve balbuceo.
-¿estoy en el cielo?... –
Las cabezas se miraron unas a otras entre si y la que parecía ejercer de portavoz, sonrió amablemente y para sorpresa de Ismael, le habló en su misma lengua.
- no, no es precisamente el cielo. Pero podría ser peor. Está usted despertando del efecto de la anestesia y se encuentra en la unidad de cuidados intensivos. – El cirujano abrió sus brazos extendiéndolos en un gesto que abarcaba simbólicamente a las otras cabezas y continuó hablando.
-Mi equipo y yo le hemos intervenido hace un par de horas-.
La potente luz parecía haber pasado a un segundo plano y lo realmente acuciante en ese momento quizá fuera asimilar y comprender aquella situación. Instantáneamente pareció entenderlo todo.
- ¿del tumor?
-¿tumor?- volvieron a sonreír, en esta ocasión de manera más ruidosa. - Señor Álvarez, usted no tiene ningún tumor. Le hemos extirpado el apéndice y la cuestión se ha complicado un poco a causa de una pequeña perforación, pero ahora todo está controlado. Descanse y dentro de muy pocos días, estará usted de nuevo en su casa disfrutando de una vida normal.

Tras una semana de convalecencia hospitalaria y toda vez que su intervención no revestía complicaciones aparentes le concedieron el alta médica. Aguardó pacientemente en la entrada principal a que apareciera algún taxi ya que la parada permanecía desértica y la lluvia caía copiosamente. La negrura de las nubes y la forma de precipitarse transformadas en agua confirmaban su vocación de continuidad en el devenir de las siguientes horas. En aquella espera volvió a pensar sobre lo acaecido en los últimos días pues a pesar del tiempo que había tenido para reflexionar sobre ello, se sentía aún demasiado confuso. Jamás había vivido una experiencia semejante y le poseía una desconcertante sensación de dualidad pues se mezclaban los sucesos soñados, tan reales por otro lado, con la propia realidad, aparentemente indiscutible en cualquier caso. Acomodado en el asiento de atrás del primer automóvil que acudió, extravió la mirada a través de la ventanilla moteada de gotas de agua y su mente permaneció sumergida como en un fluido denso que no le permitiera pensar con agilidad. Tan solo restaba llegar a su casa y comprobar en que estado se hallaba esta. Aquello vendría a ser algo así como la confirmación absoluta de que todo había sido un mal sueño alimentado por la anestesia. Como si aquellos fármacos administrados para dormir su consciencia, hubieran despertado a la vez a todos los fantasmas encerrados en la parte más obscura del subconsciente, reviviéndolos y trasladándolos a un plano de realidad. 
Cuando intentó abrir la puerta de la casa, notó que el pulso le temblaba y vaciló durante unos segundos. Sintió un miedo infantil y primario al intentar introducir la llave en la cerradura y una vez dentro, no fue capaz de girarla hacia ningún lado. Se quedó inmóvil, con una mano sujetando el extremo visto de la llave y con la otra asiendo el pomo. De golpe y con un movimiento seco la puerta se abrió y ante sus ojos un tipo enorme de duras facciones se dispuso a salir. Un susto así era lo menos indicado para su debilitada salud y el corazón se le disparó, trotándole dentro del pecho arrítmicamente al borde de la taquicardia. Tuvo que apartarse para que aquel corpulento hombre que abandonaba la casa no lo arrollase.
-eh, ¿quién coño eres tu?-
Aquel sujeto se dirigió con rapidez hacia una furgoneta negra aparcada en la acera. No se molestó ni en mirarle aunque su pregunta quedó respondida cuando fijó la vista en la parte posterior del chaleco que lo embutía, donde rezaba la palabra POLICÍA e intuyó con un alivio relativo lo que había ocurrido.
- ¡joder, me han robado¡
Se introdujo en la casa atravesando con dificultad el pasillo principal que conducía al salón eludiendo con movimientos casi gimnásticos al resto de policías que ocupaban literalmente su hogar.
- ¿me quiere alguien explicar qué coño pasa aquí?
Uno de los hombres, ataviado con una raída gabardina negra que permanecía de rodillas dando instrucciones al equipo que le rodeaba, se incorporó y miró en la dirección en la que Ismael permanecía de pie.
-¿es usted el forense?- Ismael abrió la boca con lentitud en un intento de explicarle que era el dueño del apartamento pero otra voz, más grave y rápida que la suya, se elevó en el aire justo detrás de él.
-Si, soy el forense. El juez está a punto de llegar.-
Ismael miraba atónito a un lado y a otro.
-¿pero es que nadie va a hacerme caso?
El médico pasó delante de sus narices dirección al corro de hombres y mujeres uniformados que con tanto celo guardaban el misterio que debía haber provocado todo aquel despliegue. Cansado de pasar desapercibido, decidió seguirlo hasta el otro extremo del salón. Por encima del grupo de policías arrodillados, se alzaba otro agente que cámara en mano no cesaba de dispararla. Le faltaba algo más de un metro para llegar a la altura del lugar cuando escuchó la voz del tipo de la gabardina negra dirigiéndose al forense.
- Doctor, a falta de la autopsia, creo que está claro que ha sido el impacto contra el cristal de la mesa lo que lo ha matado-.
Ismael detuvo de golpe sus pasos y tragó saliva. La expresión helarse la sangre tomo forma en su torrente sanguíneo mientras un agudo y molesto pitido que aumentaba progresivamente de volumen, se había instalado en sus oídos, mareándolo. Sintió una corriente de aire frío, como si en ese justo instante y al unísono, todas las puertas y ventanas hubieran sido abiertas. Fue entonces cuando el mayor grado de comprensión que jamás hubiera experimentado, se le vino encima violentamente. Una ligera náusea subió hasta su garganta pero aun así decidió avanzar y asomarse sobre aquellas cabezas para certificarse a si mismo lo que llevaba intuyendo desde hacía unos segundos. Que el cuerpo que yacía sin vida en el suelo de aquel salón con la frente completamente destrozada era, sin lugar a dudas, el suyo. No era miedo lo que sentía sino vértigo. Ahora entendía súbitamente por que nadie respondía a sus preguntas. No era visto ni oído por los demás sencillamente porque estaba muerto.
-señor, acérquese por favor-
solicitó un agente al jefe de la investigación. Este le mostró un teléfono sobre cuya consola parpadeaba insistente una pequeña luz de color rojo, avisando de la existencia de mensajes grabados aun sin escuchar. Inspector y ayudante intercambiaron sus miradas durante unos segundos sin decir nada, como si ambos compitieran intentando calcular el peso exacto de aquel aparato.
- no se jefe, igual es algo interesante, algo que pueda ayudarnos-
El oficial asintió levemente con la cabeza y mientras el agente sujetaba el teléfono con ambas manos, él pulsó con suavidad la tecla que reproducía la grabación. Era un modelo antiguo, de los que portan una pequeña cinta magnetofónica insertada en un cajetín y que al ponerlo en marcha, emiten un ruido característico de motores y poleas que giran al unísono hasta que la voz grabada se hace audible.

-Esto es un mensaje para Ismael Álvarez. Mi nombre es Patricia Sotomayor y soy la directora del hospital donde se ha realizado usted las pruebas oncológicas cuyo resultado positivo le comunicó el doctor Francisco Oquendo días atrás. Le ruego se pongo en contacto conmigo urgentemente, pues debido a un lamentable error se ha confundido su expediente con el de otro paciente llamado Israel Álvarez. Don Ismael, quiero trasladarle mis más sinceras disculpas por este error y además poner a su disposición nuestro servicio jurídico para cualquier consulta o acción que usted desee realizar. No obstante le transmito mi alegría al poder comunicarle que afortunadamente usted, no padece cáncer de ningún tipo.Quedo a su disposición para cualquier cuestión. Un fuerte abrazo...-

Inspector y agente entrecruzaron las miradas sin saber bien hacia donde dirigir sus pensamientos. Entretanto, el cadencioso sonido del péndulo de un reloj de pared se apoderaba, a modo de banda sonora, del silencio instalado de golpe en aquel lugar.
FIN 

Demasiado tarde (relato corto) capítulos V y VI

Capitulo V

Percibió profundamente su fracaso y la soledad que tanto había perseguido y finalmente encontrado, se volvía violentamente contra él. Recorría la casa de punta a punta dominado por una desorientación mental y física que le provocaban comenzar cien asuntos sin llegar a concluir ninguno de ellos. Penetró en un círculo vicioso y destructivo que fue el detonante para que se reavivara con mayor intensidad su ya de por si desbordado apetito por el alcohol. En uno de aquellos días tormentosos realizó una visita al supermercado e hizo el suficiente acopio de bourbon como para abastecer a todo Tennessee. Adquirió además una exagerada cantidad de tabaco y una no tan grande de alimentos sólidos con la intención de pertrecharse en el apartamento y dejarse llevar por aquel cauce de abandono que le había engullido. Encerrado, fueron pasando los días sometido a un agudo estado de bipolaridad y tan pronto su mente nadaba entre la ansiedad y la desorientación como que le asaltaba una euforia que le conducía a planificar mil proyectos diferentes. Pero ante la imposibilidad de llevarlos a cabo debido a su lamentable estado, se sumía de nuevo en el más quimérico de los desánimos. 

Aunque su salud mermaba acusadamente día tras día decidió no acudir al centro médico, creyendo hacerse fuerte en su casa a base de alcohol y anfetaminas. Varios días después, amaneció tirado sobre la alfombra del salón, rodeado de un insoportable hedor a causa de los vómitos y la orina derramados sin consciencia ni control. Las siguientes jornadas transcurrieron grises, igual que el invierno que comenzaba a ceñirse sobre el paisaje exterior. No le permitía al cuerpo recuperarse de la última borrachera ya que apenas volvía a abrir los ojos y se empapaba ligeramente la cara bajo el grifo del lavabo, se dirigía a llenar el primer vaso de licor. Resultaba evidente que uno de los usos que había abandonado era el de consultar el día o la hora en los que vivía, ayudado tal vez por el hecho de no haber subido ninguna persiana durante todo aquel periodo de tiempo. 
En uno de esos escasos momentos de sueño estéril en los que se sumía vencido por el agotamiento que le provocaban sus hiladas borracheras, estuvo a punto de fallecer infartado. Desacostumbrado a que el teléfono diese señales de vida, le sorprendió aquel día mientras roncaba desparramado sobre el suelo, en un rincón del dormitorio. Se incorporó aturdido y desorientado, con los párpados hinchados y prácticamente pegados. El corazón luchaba por salirse del pecho en un latido seco y potente y su cerebro tardó en reaccionar y asimilar que el ruido que pateaba sus sienes, era el timbre del teléfono que martilleaba insistentemente. En aquel lamentable estado, la última cualidad que podía exigirse a si mismo era la posesión de agilidad. 
Para cuando quiso incorporarse de la cama y guiar sus pasos torpemente hacia el salón, el contestador automático hizo su trabajo, conectándose. Antes de abordar el pasillo que unía su dormitorio con el resto de la casa, tropezó con alguno de los tantos objetos que salpicaban el suelo en aquel caos doméstico. La debilidad de aquellos días de mal cuidarse provocó que sus piernas temblaran y perdieran el equilibrio, precipitándose hacia el suelo. Sus brazos aletearon en el aire todo lo rápido que fue capaz de moverlos en un intento baldío de sostenerse con cualquier objeto que estuviera a su alcance. Pero lo más cercano y a lo que por desgracia no puedo asirse con las manos, si no con su cabeza en un violento golpe, fue a una de las aristas que bordeaba el grueso cristal de la mesa del salón. Un ruido seco, el de su frente impactando con el vidrio, un alarido de dolor, el sonido de su cuerpo desplomado chocando inerte y sin conocimiento contra el suelo y a continuación, una voz de mujer que ahora hablaba para nadie, dejando un mensaje grabado como un eco entre la atmósfera acre de aquella casa.


Capitulo VI

Aquel agudo y punzante dolor en su cabeza no podía ser el efecto de una cogorza, pensó mientras abría levemente los ojos. Eran ya tres las semanas que llevaba encerrado en su apartamento a una media de dos borracheras cada veinticuatro horas, y ninguna había sido tan tremenda como para proporcionarle semejante resaca. Cuando se llevó temblorosamente una de sus manos al origen de donde provenía aquel doloroso malestar, contempló asustado la palma ensangrentada. El estomago se le contrajo provocándole unas arcadas que acabaron expulsando al exterior aquello que anticipaban. Se arrastró hasta el cuarto de baño prácticamente a gatas y una vez se situó en la base del lavabo, se encaramó con sus dos brazos al pilar que lo sostenía y ayudándose con ellos, logró ponerse mas o menos en pié enfrente del espejo.
-¡jooodeeer!-
Una brecha de unos diez centímetros, se extendía abierta de lado a lado sobre la piel de su frente dejando a la vista unas finas hebras blanquecinas y parte del hueso que acorazaba la parte frontal del cráneo. La sangre manaba aun lentamente por entre sus pobladas cejas, resbalando chorreante por los párpados y los pómulos, otorgándole un aspecto exageradamente dramático. Se sostuvo a duras penas mientras
contemplaba atónito la imagen de si mismo que el espejo le devolvía. El reflejo lamentable del tipo de persona en la que se había convertido. Probablemente aquel fuera el momento adecuado, el punto de inflexión donde establecer una tregua consigo mismo y reparar todo el daño infligido. Su mentón comenzó a moverse trémulo y el temblor se contagió al resto del cuerpo, anunciando que una tormenta interior estaba a punto de estallar. Era incapaz de resistir más aquel auto asedio al que se estaba sometiendo, consciente de que el alcohol y las drogas no eran la salida, si no tan solo la válvula que momentáneamente le había permitido evadirse de la realidad. Como si de un General en pleno conflicto bélico se tratase, se vería obligado ahora a luchar encarnizadamente con todos los frentes abiertos: la arrastrada esterilidad literaria, su latente y progresivo alcoholismo, el camino escogido hacia la plena soledad y a última hora, como un conocido incómodo que se une a una fiesta donde no ha sido invitado, el cáncer. Se dejó caer vencido en el taburete que había situado a su espalda, inmediatamente detrás del lavabo, apoyando la espalda y la cabeza sobre la pared alicatada de antigua losa blanquecina.
Con las piernas abiertas dejó caer sus manos unidas en medio de ellas, en un gesto de agotamiento y abandono. El temblor volvió a su mentón. Su mirada permanecía fija en el lechoso techo cuando, en un hasta ahora reprimido acto, su boca se fue abriendo lentamente mientras apretaba los ojos con fuerza. Una mueca dolorosa se apoderó de sus facciones, la frente se arrugó mientras sus puños ejercieron una fuerza tal que hubieran partido el elemento más sólido de haber estado entre ellos. La cabeza echada hacia atrás, sus mandíbulas abiertas plenamente y todos los músculos de su cuerpo contraídos, presa de la fuerte tensión. El lamento se hizo de rogar aún unos segundos más. Los que Ismael fue capaz de contenerlo dentro de sus pulmones. Un grito roto y doloroso, emergió de entre sus entrañas y se proyectó al exterior amplificado por su garganta, mezclándose con un llanto desconsolado. El gutural aullido se alzó en el aire y permaneció audible y denso durante algunos largos segundos. Extenuado por el esfuerzo y el derroche de sus últimas energías, se desplomó perdiendo una vez más el conocimiento.
Para cuando volvió a despertar, el terrible dolor de cabeza no se había atenuado. Miró lentamente hacía el suelo del cuarto de baño para comprobar que no era un sueño. Las gotas de sangre lo salpicaban todo: camiseta, pantalón, lavabo, pared, suelo...
-¿qué estoy haciendo?- preguntó al aire con un hilo de voz.

Tomándose su tiempo y derrochando las pocas energías que le quedaban, consiguió erguirse y apoyándose en las paredes, regresó de vuelta al salón para lanzarse al sofá. Finalmente, cuando fue capaz de recuperar el aliento, fijó sus pupilas en la mesa de centro sobre la que reposaba, ya olvidado y cubierto de polvo, el informe médico que semanas atrás le había entregado el oncólogo. Estiró el brazo para alcanzarlo y una vez en su poder, abrió el sobre y lo releyó lentamente. Se detuvo en el párrafo donde aparecía en letra negrita el diagnóstico y su mirada se estancó sobre aquellas concisas palabras. Desparramó el documento sobre la mesa con desinterés mesándose la barba en actitud ausente. Incorporándose con dificultad, se encaminó hacia la cocina para colmar de hielo un vaso de cristal bajo y llenarlo generosamente con una de las innumerables botellas esparcidas por doquier. Derramó algo de licor en su garganta sin tragarlo, paladeándolo lentamente como si quisiera extraerle la vida y posó el vaso sobre el cristal de la mesa con extrema delicadeza, como si ambos fueran a romperse. Aspiró todo el aire que cabía en sus pulmones en un intento de relajarse mientras se dirigía hacia la librería que ocupaba la pared principal del salón. Una de sus manos tanteó a ciegas en el interior de uno de los cajones hasta atrapar un revolver que, a juzgar por su aspecto, no había sido usado nunca. Poseía aun el brillo cromado que todas las armas pierden una vez que han sido utilizadas y que ya no vuelven a lucir por mucho que se las lustre. Lo sopesó sobre la mano derecha y con la yema de su dedo pulgar deslizó el tambor para comprobar que estaba cargado, haciéndolo volver a su lugar de origen con un golpe seco de muñeca, de izquierda a derecha. Apuró la copa de un último y prolongado trago acercándose después hasta una de las paredes del salón, completamente cubierta con un espejo de tono ahumado. Colocándose frente a él, examinó detenidamente su silueta reflejada. Apretó su mano derecha para aferrar con seguridad el revolver y llevó el frió cañón del arma hasta la sien derecha. Permaneció en esa postura durante unos segundos hasta que el pulgar se apoyó en el martillo del revolver, haciéndolo retroceder. Un sudor frío y enfermizo comenzó a cubrirle mientras presionaba algo más el cañón haciendo palidecer la piel que rodeaba la boquilla del arma. Cerró los ojos con fuerza y un par de segundos después un silbido seco y metálico atravesó la habitación poco antes de que su cuerpo se desplomara sobre el suelo. Como un aura púrpura que se extendiera alrededor de su cabeza, la sangre fue formando un espeso halo que crecía rápidamente sobre la tarima, demarcando la silueta de su cráneo.
(Continuará)

Demasiado tarde (relato corto) Capítulos III y IV

                                                                      Capítulo III

Decidió que el primero de sus reencuentros fuera con su ex mujer, con quien además había tenido a sus dos únicos hijos. Le había telefoneado el día anterior y tras un primer intento de rechazar un encuentro consiguió convencerla de lo contrario argumentando que tenia algo verdaderamente importante que contarle. Quedaron en la terraza de un tranquilo restaurante, situado en un céntrico parque de la ciudad. Había tensión pero Ismael no debía extrañarse por eso. Entre los hábitos saludables y responsabilidades que había abandonado desde que saltó a la fama como escritor, se encontraba la de atender a sus hijos. Y no solo en lo concerniente al aspecto económico, que olvidó cumplir enseguida de manera incomprensible pues, si algo había cambiado radicalmente en su vida era su nueva y excelente situación financiera. Donde sin duda había fallado estrepitosamente era en el hecho de ejercer el verdadero papel de padre, estando al lado de sus hijos, preocupándose por su educación y sus progresos. Ella, finalmente cansada de tantas llamadas de atención, había decidido demandarlo judicialmente, más con el fin de escarmentar su reprochable actitud que de desposeerlo de bien material alguno. Su ex mujer se bastaba y sobraba para mantener a los chicos, tanto por su buena situación profesional como por el extenso patrimonio heredado a la muerte de su padre. Pero ese era otro asunto. Ambos llegaron puntuales como solía ser su costumbre y se saludaron con más formalidad que aprecio. Pidieron algo de beber y ella no perdió tiempo en absurdos requiebros y preámbulos. Quizá esas artes pertenecieran al momento en el que se conocieron y ambos estaban imbuidos del embriagador y opiáceo estado del enamoramiento.

- ¿Y bien, a qué se debe este encuentro tan misterioso?–
- Tengo que contarte algo Ruth, algo serio-
- ¿no te habrás metido en algún lío?, ¿no me habrás metido a mi, verdad?, ¿necesitas dinero?
- ¿puedes parar un segundo?-
- si, lo siento.-
- Me he estado haciendo unas pruebas médicas. Llevaba varias semanas con unos dolores muy agudos en el vientre.
- ¿Y? – El dejó transcurrir unos segundos
- Tengo cáncer Ruth. Un cáncer terminal, muy avanzado. Ni siquiera van a tratarme para curarlo.
Tan solo para aliviar el dolor.
- ¿Cáncer terminal? – Ismael se limitó a afirmar levemente con la cabeza
-¿y nuestros hijos, estarás preparándolo todo?
-¡joder Ruth ¡ vengo a contarte que voy a palmarla ¿ y tu me sales con esa mierda?
-¿que puedo decir Ismael? No me alegra que vayas a morir. Pero tampoco que los chicos lleven más de un año sin tener una sola noticia tuya. No te hablo del dinero que deberías habernos enviado, ahora te hablo de haber visto a tus hijos, de haber estado con ellos como su padre que eres ¿te has estado acordando de ellos todo este tiempo?-.
- No tiene que ver con lo que te estoy contando Ruth, ¡me estoy muriendo, joder¡ ¿lo entiendes?
- Si Ismael, si. Te he entendido, pero en este momento no se que otra cosa puedo decir...necesito asimilarlo.
-Contéstame sinceramente Ruth, ¿tan malo he sido, de verdad he sido tan hijo de puta?-
-¿quieres realmente que responda a eso Ismael? Hazte un favor, busca dentro de ti-.

Ella no añadió nada más. Cogió su bolso de la silla, le besó en la frente y se levantó.
-llámame para decirme como evoluciona todo y en que hospital te van a tratar, para llevar a tus hijos. –
Su silueta se alejó perdiéndose por el sendero arbolado del parque.



Capítulo IV

Tampoco fue muy exitoso su intento de recuperar una a una sus antiguas amistades. No podía reprochar la aptitud desentendida y fría de la mayoría de ellos cuando le despachaban, en el mejor de los casos, con un par de minutos de conversación formal y protocolaria, sin ahondar en aspectos demasiado profundos. Hubo quien tan siquiera quiso verlo en persona esgrimiendo por teléfono cualquier excusa banal. Por más tesón que puso en la consecución de aquel plan, el resultado era infructuoso y en nada se parecía lo obtenido a la expectativa imaginada. Empezó a entender que no había sido demasiado realista en sus cálculos desde un principio, obviando el hecho de que dejar al abandono y al olvido a toda la gente que en el pasado había formado estrechamente parte de su vida, había sido un enorme desacierto. Pero cuando alguien dedica gran parte de su vida a construir una fortaleza inexpugnable a su alrededor y se instala en su más alto torreón, no debe lamentarse después de que nadie sea capaz de llegar hasta él. Con aquella recién adquirida actitud de nuevo divo tras el éxito de su novela, Ismael había penetrado en una senda sin retorno de la que poco a poco, había ido descolgando de su vida a las personas más importantes de su entorno, como a frutas maduras de un árbol abandonado. No bastaría ahora después del tiempo transcurrido, con una simple llamada telefónica de tono apaciguante para acortar la gran distancia creada con el paso del tiempo. Una vez en casa de vuelta de aquel periplo se dejó caer abatido sobre la cama, en un último intento de reflexionar sobre todo aquello que le estaba sucediendo
-Grietas-

Esa fue la primera palabra que acudió a su pensamiento. Fisuras arraigadas en todas sus estructuras, la mental, la física y todas sus derivadas. Grietas con un enraizamiento tal, que resultaría absurdo ya cualquier intento de reparación. Habría que volver a nacer y comenzar desde cero y fundamentalmente, aprender a enfrentarse a los fantasmas vitales desde su aparición. De otra manera, esas mismas quimeras se volverían a convertir en lastres enquistados, obligándolo  a seguir navegando escorado por la vida rozando el naufragio. Esa reflexión sobre el renacer le retrotrajo a su solitaria y huidiza infancia en la que se encerraba a escribir o a dibujar y no se relacionaba con el resto de los críos de su edad. En su adolescencia tampoco se esforzó en establecer lazos duraderos con ninguna de las pandillas que frecuentaba. A decir verdad, con nadie. 
Sin embargo era reconocido y admirado por todos ya que raro era el ambiente en el que no destacaba. Bien por su discurso culto bien por su aire extravagante y de hombre vivido a pesar de su edad adolescente. Poseía una inteligencia y una capacidad de asimilar conceptos complejos y abstractos fuera de lo común y sin duda era portador de un don. Pero aunque su cabeza era capaz de dar a luz ideas brillantes, algo fallaba a la hora de ponerlas en practica, de edificar la estructura que las sujetara y las hiciera perdurables en el tiempo. Y es que la paciencia y la constancia nunca fueron características destacables de su personalidad. Y esas virtudes, aun siendo regaladas por la naturaleza al nacer, requieren ser moldeadas y pulidas desde la niñez, como cualquier otro valor. Muchas de las piezas de aquel complejo puzzle en el que se había convertido su existencia, no estaban bien montadas y él convivía con la constante sensación de que aquello, más tarde o más temprano se derrumbaría, trayendo graves consecuencias.

Demasiado tarde (Relato corto). Capítulo II

CAPITULO II

Lo poco que pudo dormir fue gracias al efecto de la generosa dosis de somníferos que había cenado la noche anterior. Despertó de madrugada con la sensación de ahogo apretándole el pecho nuevamente. Después de una ducha rápida y dos cafés bien cargados se sentó en el sillón y quedó absorto con la mirada puesta en la pared que tenía justo enfrente, preso una vez más de la misma sensación de bloqueo del día anterior, cuando salió del hospital. A pesar de ello, podía sentir a su cerebro trabajar a la velocidad de una lavadora que centrifuga. Pero toda aquella actividad, al parecer no era capaz de transmitir movimiento alguno al resto del cuerpo. Se encontraba imbuido en una especie de oscura espiral que no contribuía demasiado a centrarse, a establecer al menos un punto de arranque. Un lugar al que amarrarse y desde donde comenzar a dibujar la nueva estrategia a seguir. Se levantó de golpe dirigiéndose a la cocina y una vez allí calentó una sartén y la bañó con algo de aceite, estrellando sobre su superficie tres huevos previamente batidos.
- sin alimento no hay lucha – pensó.

Tras el desayuno se instaló en el estudio, su pequeña catedral, donde todo permanecía tal cual lo había abandonado hacía unos días. Ismael se había convertido dos años atrás en unafamado escritor debido a la gran aceptación que la publicación de su primera novela había provocado, convirtiéndose en pocos meses en un best seller mundial. 
Desde la adolescencia intentó darse a conocer en diversas editoriales aunque los grandes capacitados para discernir entre lo que era bueno o malo en el mundo literario, rechazaban una y otra vez todos sus trabajos. Dos acciones le llevaron a convertirse de la noche a la mañana en un autor prestigioso y millonario. Sin lugar a dudas, haber confeccionado por fin una buena historia al gusto de los gerifaltes editoriales del momento. Pero lo definitivo, lo que le catapultó a aquella fama, fue tomar la determinación de enviarle un borrador previamente registrado de aquella novela a unos de los escritores más reconocidos y galardonados del planeta. 
¿Para qué malgastar el tiempo haciendo llegar su trabajo a cientos de editores nacionales?. A Ismael le gustaba llamar a las puertas en las que casi nadie se atrevía a hacerlo porque por encima de todo confiaba en la calidad de su trabajo. Estaba seguro de que algún día y en algún lugar, la persona adecuada acabaría percatándose de ello. No obstante, se preparó mentalmente para la posibilidad de que su iniciativa, probablemente abocada al fracaso desde su origen, acabara en el fondo de alguna papelera. Y tal y como intuía, en aquella ocasión la diosa Fortuna le besó en la boca y aquel escritor consagrado sucumbió al trabajo literario de Ismael, decidiendo desde ese momento ejercer como su mecenas. 
Dirigió personalmente la edición de su primera novela y a cuenta de los futuros beneficios de la publicación, le adelantó una generosa suma de dinero para que desde ese preciso instante pudiera dedicarse por entero al oficio de escribir, instalándole en un tranquilo apartamento de las afueras de la ciudad. Aunque aquel momento de gloria, el triunfo de aquella decisión y los frutos generados, nada tenían que ver con su momento presente. Un par de años después del éxito masivo de su novela y las consecuentes ventas millonarias, el abrevadero de la inspiración, tan abundante en el pasado, se había secado sin previo aviso. Se encontraba sumido en una profunda desgana hacia todo, en una bulimia vital que le conducía a alimentar una autodestrucción que, a decir verdad, había permanecido latente en su interior desde siempre. Después de tantos meses de esterilidad literaria, Ismael había acertado a hilar el comienzo de un nuevo trabajo en el que llevaba varias semanas sumergido y que parecía tomar consistencia.
 Realmente él solo lo consideraba un borrador más, uno de tantos de los que últimamente acababan quemados en la chimenea. No obstante, aquel nuevo texto parecía haber despertado a su dormida musa, inspirándole un relato en el que un anciano elefante, en los albores de su dilatada existencia y al borde de su inminente muerte, narra la despedida de sus seres más queridos pues siente ya que ha de emprender su último viaje. El que le conducirá hacia el lugar donde los paquidermos octogenarios se dirigen a morir en un misterioso y ancestral rito. 
Se sentó frente al cuaderno de notas sobre el que reposaba su pluma, ambos a la espera de ser retomados. Frente a la mesa de trabajo, la conversación con el médico volvió a un primer plano y buceando en sus entresijos, le llegó una reflexión. La de que podría estar muerto, no ya antes de verlo publicado si no lo que era aún peor, antes de haber escrito la última pagina. 

Con aspecto de querer continuar su trabajo, se sentó frente al escritorio, descapuchó la pluma y dobló el cuaderno, dejando a la vista la última página escrita. Recuperó torpemente un pequeño y sucio vaso usado días atrás y lo llenó con el bourbon de una botella que a modo de fiel perro faldero, reposaba siempre en el suelo, al alcance de su mano. Dio buena cuenta del
contenido regalándose tres tragos consecutivos que le fueron arañando el pecho mientras se precipitaban gaznate abajo y la vida pareció reentrarle en el cuerpo a cada segundo tras la ingesta del dorado veneno. 
Se dispuso a tomar la pluma con delicadeza, cómo en un ritual en el que a continuación se esperase la inminente aparición de las hadas literarias. Una hora después y con el contenido de una botella de Jack Daniels derramada dentro de sí, no había sido capaz de dar a luz ni tan siquiera un solo párrafo. Con los codos sobre la mesa y la cabeza apoyada entre las manos en un inequívoco gesto de frustración, comenzó a llorar desesperado. Se dirigió a la despensa de la cocina e inauguró la segunda botella de licor del día sentado en una butaca del salón. 

Fruto de los vapores etílicos, se le instaló en la cabeza la idea de llevar a cabo la práctica del protagonista de su nuevo libro. Ahora que conocía el poco tiempo de vida que le quedaba, podría establecer una especie de plan de recuperación de las personas a las que una vez quiso y a las que seguía queriendo aunque, sin saber bien porqué, había ido dejando en el olvido como el que suelta lastre en el ascenso de un globo. 
Excitado de golpe por la idea, se incorporó con más decisión que destreza, golpeándose con todo el mobiliario que encontró a su paso hasta ponerse de rodillas frente a un viejo sinfonier. Abrió uno por uno los cajones revolviendo frenéticamente en su interior hasta que finalmente, en un aparente gesto de victoria, elevó en el aire lo que parecía una antigua agenda con las tapas de piel. La besó repetidamente, como si aquella vieja y apolillada libreta albergara el secreto de la eterna juventud. Trastabillado, recorrió el camino inverso hasta el butacón y consiguió, no sin dificultad, sentarse sobre el. Sin duda, no era Ismael quien actuaba de aquel modo. Era toda su circunstancia la que animada por el alcohol le impedían ver con claridad cual era su verdadera situación, desorientándole en mil direcciones diferentes a las que dirigirse y a las que, obviamente, resultaba imposible acudir. 
En ese delirio, siguió imaginando que al igual que el viejo elefante de su relato, si cumplía con el círculo vital de despedirse y ponerse en paz con sus seres queridos le vendría la inspiración necesaria para poder terminar su novela. Quiso creer que así, podría morir con su conciencia tranquila y con su último trabajo terminado. No sabía a ciencia cierta cuanto tiempo de vida le restaba pero aquella decisión junto a la intención de finalizar la novela, serían sin duda sus últimos propósitos vitales.
(Continuará)

Demasiado tarde - (relato corto). Capítulo I

CAPÍTULO I
El monótono vaivén del péndulo de un reloj de pared envolvía el silencio de la aséptica y solitaria sala de espera. El único paciente de la consulta en aquella mañana permanecía sentado en una de las butacas tapizadas de frío cuero negro, dando cabezazos de atrás a adelante. Intentaba por todos los medios mantener recto el eje gravitatorio de su cráneo en un gesto prácticamente inútil. Tras los largos minutos de espera comenzó a sentirse bajo el efecto de un raro sopor, como si la acción de algún potente calmante que hubiera penetrado en su torrente sanguíneo, estuviera surtiendo efecto. Una absurda conjetura fruto de aquella repentina somnolencia  le llevó a imaginar que estuvieran gaseando la sala con algún producto narcotizante. Dirigió su mirada al techo, hacia las rejillas del aire acondicionado con la esperanza de descubrir que desde allí, quien quiera que fuese, intentaba inducirle a un potente sueño involuntario usando alguna desconocida sustancia. Pero aquel pensamiento se diluía perdiendo fuerza y él sentía aumentar el peso de sus párpados imposibilitando ya su apertura, mermando su consciencia. Finalmente, su cabeza cayó sobre el hombro derecho. La última sensación que tuvo le resultó extraña, como si pudiera paladear el sabor de aquella especie de duermevela de cuyo influjo estaba siendo víctima. Salivó y en un resquicio de su memoria, en algún remoto lugar de su cerebro, un resorte catapultó una última palabra hacia su corteza cerebral: dulce. Era ya mucho el tiempo que llevaba flotando en la frontera que divide lo real de lo onírico cuando percibió una ligera voz lejana. A través de aquella niebla espesa entre la que ahora navegaba su cerebro, continuó escuchando la insistente voz. No era aún lo suficientemente clara y cercana como para entender lo que decía, pero podría jurar que era a él a quien llamaban en aquel eco proclamado al aire.
- ¡¡¡ señor Alvarez ¡¡¡- Notó algo parecido al tacto de una mano sobre uno de sus hombros, palmeándole ligeramente y sobresaltado, abrió los ojos todo lo que pudo como si realmente quisiera oír a través de ellos lo que no podía por sus oídos.
-¡coño!, ¿que pasa?- gritó asustado
-¿es usted el señor Álvarez?-
-¡si joder, soy yo!- gritó violentado.- Siento haberle despertado. Verá, soy el Doctor Oquendo, su oncólogo. Se ha debido usted quedar transpuesto mientras esperaba. ¿Me acompaña a mi despacho por favor?-
Siguió al doctor hacia el interior de la consulta y no hizo falta invertir mucho tiempo para regresar a la realidad. Las pruebas que dos semanas atrás se había realizado debido a unos dolores extremadamente molestos en el abdomen, arrojaban un claro diagnóstico de cáncer en fase terminal. Y lo que era peor, debido al avanzado estado en el que éste se encontraba, resultaba ya prácticamente imposible intentar tratarlo.
-Entonces doctor, si no le he entendido mal, ¿voy a palmarla no?
El médico arrugó la frente surcándola de arrugas.
-¿cuánto puede quedarme?- insistió
-Es difícil pronosticarlo Israel. Desde luego los resultados de las pruebas arrojan pocas esperanzas. Pueden ser seis meses, un año a lo sumo.
-¿un año?- Preguntó con más calma que sorpresa. El médico afirmó levemente con la cabeza.
-Lo siento Israel, no puedo decirle otra cosa y usted tiene derecho a conocer de primera mano el alcance de su enfermedad. Ahora solo nos queda establecer un tratamiento paliativo que alivie los dolores en su conjunto. Los de ahora y los que habrán de venir.


Garabateó unas cuantas palabras al pie del informe y se lo entregó.
-Pásese por este centro médico y pregunte por esta persona. Es la directora de la unidad de cuidados paliativos-.
-Eso debe ser algo así como donde uno va a morir ¿no?-.
Perdió su mirada como si fuera capaz de ver más allá de la silueta del médico.
-como los elefantes – añadió.
El doctor sonrió levemente adquiriendo el gesto de no saber en absoluto a que se refería con aquello.
-conserve el sentido del humor Israel, le hará mucho bien-
Fue todo lo que el médico acertó a decir mientras introducía el informe en un sobre y se lo extendía. El paciente le estrechó la mano y le devolvió la sonrisa como única forma de saludo disponiéndose a abandonar la consulta. Ismael recorrió el alargado pasillo que conducía al vestíbulo recordando el empeño del oncólogo en cambiarle el nombre durante el tiempo que duró la consulta. Mientras se dirigía al
aparcamiento del hospital, un creciente sentimiento de que de repente ya nada importaba se apoderó de él. ¿Qué cuestión podría adquirir prioridad en semejante situación?.
 A medida que se acercaba a su coche le fue invadiendo una fría sensación de bloqueo. Sintió por unos segundos que aquello no había sucedido, que él no había estado ni estaba en aquel lugar y que ningún médico le había diagnosticado un cáncer terminal. El corazón se le aceleraba y podía sentir su latido golpear fuertemente en el pecho. La sangre pareció bajarse a los pies y notó como la piel de la cara se estiraba a consecuencia del abandono del vital fluido. Se apoyó con una mano en la ventanilla de la puerta del conductor mientras con el pulso vacilante buscó las llaves en el bolsillo. Tragó algo de saliva y notó secos lengua y paladar, intentando calmarse al percibir que estaba sufriendo un ataque de ansiedad. Finalmente acertó a arrancar el coche y esperó unos minutos antes de introducirse en el bullicioso tráfico de la ciudad. 
(Continuará)