Demasiado tarde - (relato corto). Capítulo I

CAPÍTULO I
El monótono vaivén del péndulo de un reloj de pared envolvía el silencio de la aséptica y solitaria sala de espera. El único paciente de la consulta en aquella mañana permanecía sentado en una de las butacas tapizadas de frío cuero negro, dando cabezazos de atrás a adelante. Intentaba por todos los medios mantener recto el eje gravitatorio de su cráneo en un gesto prácticamente inútil. Tras los largos minutos de espera comenzó a sentirse bajo el efecto de un raro sopor, como si la acción de algún potente calmante que hubiera penetrado en su torrente sanguíneo, estuviera surtiendo efecto. Una absurda conjetura fruto de aquella repentina somnolencia  le llevó a imaginar que estuvieran gaseando la sala con algún producto narcotizante. Dirigió su mirada al techo, hacia las rejillas del aire acondicionado con la esperanza de descubrir que desde allí, quien quiera que fuese, intentaba inducirle a un potente sueño involuntario usando alguna desconocida sustancia. Pero aquel pensamiento se diluía perdiendo fuerza y él sentía aumentar el peso de sus párpados imposibilitando ya su apertura, mermando su consciencia. Finalmente, su cabeza cayó sobre el hombro derecho. La última sensación que tuvo le resultó extraña, como si pudiera paladear el sabor de aquella especie de duermevela de cuyo influjo estaba siendo víctima. Salivó y en un resquicio de su memoria, en algún remoto lugar de su cerebro, un resorte catapultó una última palabra hacia su corteza cerebral: dulce. Era ya mucho el tiempo que llevaba flotando en la frontera que divide lo real de lo onírico cuando percibió una ligera voz lejana. A través de aquella niebla espesa entre la que ahora navegaba su cerebro, continuó escuchando la insistente voz. No era aún lo suficientemente clara y cercana como para entender lo que decía, pero podría jurar que era a él a quien llamaban en aquel eco proclamado al aire.
- ¡¡¡ señor Alvarez ¡¡¡- Notó algo parecido al tacto de una mano sobre uno de sus hombros, palmeándole ligeramente y sobresaltado, abrió los ojos todo lo que pudo como si realmente quisiera oír a través de ellos lo que no podía por sus oídos.
-¡coño!, ¿que pasa?- gritó asustado
-¿es usted el señor Álvarez?-
-¡si joder, soy yo!- gritó violentado.- Siento haberle despertado. Verá, soy el Doctor Oquendo, su oncólogo. Se ha debido usted quedar transpuesto mientras esperaba. ¿Me acompaña a mi despacho por favor?-
Siguió al doctor hacia el interior de la consulta y no hizo falta invertir mucho tiempo para regresar a la realidad. Las pruebas que dos semanas atrás se había realizado debido a unos dolores extremadamente molestos en el abdomen, arrojaban un claro diagnóstico de cáncer en fase terminal. Y lo que era peor, debido al avanzado estado en el que éste se encontraba, resultaba ya prácticamente imposible intentar tratarlo.
-Entonces doctor, si no le he entendido mal, ¿voy a palmarla no?
El médico arrugó la frente surcándola de arrugas.
-¿cuánto puede quedarme?- insistió
-Es difícil pronosticarlo Israel. Desde luego los resultados de las pruebas arrojan pocas esperanzas. Pueden ser seis meses, un año a lo sumo.
-¿un año?- Preguntó con más calma que sorpresa. El médico afirmó levemente con la cabeza.
-Lo siento Israel, no puedo decirle otra cosa y usted tiene derecho a conocer de primera mano el alcance de su enfermedad. Ahora solo nos queda establecer un tratamiento paliativo que alivie los dolores en su conjunto. Los de ahora y los que habrán de venir.


Garabateó unas cuantas palabras al pie del informe y se lo entregó.
-Pásese por este centro médico y pregunte por esta persona. Es la directora de la unidad de cuidados paliativos-.
-Eso debe ser algo así como donde uno va a morir ¿no?-.
Perdió su mirada como si fuera capaz de ver más allá de la silueta del médico.
-como los elefantes – añadió.
El doctor sonrió levemente adquiriendo el gesto de no saber en absoluto a que se refería con aquello.
-conserve el sentido del humor Israel, le hará mucho bien-
Fue todo lo que el médico acertó a decir mientras introducía el informe en un sobre y se lo extendía. El paciente le estrechó la mano y le devolvió la sonrisa como única forma de saludo disponiéndose a abandonar la consulta. Ismael recorrió el alargado pasillo que conducía al vestíbulo recordando el empeño del oncólogo en cambiarle el nombre durante el tiempo que duró la consulta. Mientras se dirigía al
aparcamiento del hospital, un creciente sentimiento de que de repente ya nada importaba se apoderó de él. ¿Qué cuestión podría adquirir prioridad en semejante situación?.
 A medida que se acercaba a su coche le fue invadiendo una fría sensación de bloqueo. Sintió por unos segundos que aquello no había sucedido, que él no había estado ni estaba en aquel lugar y que ningún médico le había diagnosticado un cáncer terminal. El corazón se le aceleraba y podía sentir su latido golpear fuertemente en el pecho. La sangre pareció bajarse a los pies y notó como la piel de la cara se estiraba a consecuencia del abandono del vital fluido. Se apoyó con una mano en la ventanilla de la puerta del conductor mientras con el pulso vacilante buscó las llaves en el bolsillo. Tragó algo de saliva y notó secos lengua y paladar, intentando calmarse al percibir que estaba sufriendo un ataque de ansiedad. Finalmente acertó a arrancar el coche y esperó unos minutos antes de introducirse en el bullicioso tráfico de la ciudad. 
(Continuará)

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