Demasiado tarde (Relato corto). Capítulo II

CAPITULO II

Lo poco que pudo dormir fue gracias al efecto de la generosa dosis de somníferos que había cenado la noche anterior. Despertó de madrugada con la sensación de ahogo apretándole el pecho nuevamente. Después de una ducha rápida y dos cafés bien cargados se sentó en el sillón y quedó absorto con la mirada puesta en la pared que tenía justo enfrente, preso una vez más de la misma sensación de bloqueo del día anterior, cuando salió del hospital. A pesar de ello, podía sentir a su cerebro trabajar a la velocidad de una lavadora que centrifuga. Pero toda aquella actividad, al parecer no era capaz de transmitir movimiento alguno al resto del cuerpo. Se encontraba imbuido en una especie de oscura espiral que no contribuía demasiado a centrarse, a establecer al menos un punto de arranque. Un lugar al que amarrarse y desde donde comenzar a dibujar la nueva estrategia a seguir. Se levantó de golpe dirigiéndose a la cocina y una vez allí calentó una sartén y la bañó con algo de aceite, estrellando sobre su superficie tres huevos previamente batidos.
- sin alimento no hay lucha – pensó.

Tras el desayuno se instaló en el estudio, su pequeña catedral, donde todo permanecía tal cual lo había abandonado hacía unos días. Ismael se había convertido dos años atrás en unafamado escritor debido a la gran aceptación que la publicación de su primera novela había provocado, convirtiéndose en pocos meses en un best seller mundial. 
Desde la adolescencia intentó darse a conocer en diversas editoriales aunque los grandes capacitados para discernir entre lo que era bueno o malo en el mundo literario, rechazaban una y otra vez todos sus trabajos. Dos acciones le llevaron a convertirse de la noche a la mañana en un autor prestigioso y millonario. Sin lugar a dudas, haber confeccionado por fin una buena historia al gusto de los gerifaltes editoriales del momento. Pero lo definitivo, lo que le catapultó a aquella fama, fue tomar la determinación de enviarle un borrador previamente registrado de aquella novela a unos de los escritores más reconocidos y galardonados del planeta. 
¿Para qué malgastar el tiempo haciendo llegar su trabajo a cientos de editores nacionales?. A Ismael le gustaba llamar a las puertas en las que casi nadie se atrevía a hacerlo porque por encima de todo confiaba en la calidad de su trabajo. Estaba seguro de que algún día y en algún lugar, la persona adecuada acabaría percatándose de ello. No obstante, se preparó mentalmente para la posibilidad de que su iniciativa, probablemente abocada al fracaso desde su origen, acabara en el fondo de alguna papelera. Y tal y como intuía, en aquella ocasión la diosa Fortuna le besó en la boca y aquel escritor consagrado sucumbió al trabajo literario de Ismael, decidiendo desde ese momento ejercer como su mecenas. 
Dirigió personalmente la edición de su primera novela y a cuenta de los futuros beneficios de la publicación, le adelantó una generosa suma de dinero para que desde ese preciso instante pudiera dedicarse por entero al oficio de escribir, instalándole en un tranquilo apartamento de las afueras de la ciudad. Aunque aquel momento de gloria, el triunfo de aquella decisión y los frutos generados, nada tenían que ver con su momento presente. Un par de años después del éxito masivo de su novela y las consecuentes ventas millonarias, el abrevadero de la inspiración, tan abundante en el pasado, se había secado sin previo aviso. Se encontraba sumido en una profunda desgana hacia todo, en una bulimia vital que le conducía a alimentar una autodestrucción que, a decir verdad, había permanecido latente en su interior desde siempre. Después de tantos meses de esterilidad literaria, Ismael había acertado a hilar el comienzo de un nuevo trabajo en el que llevaba varias semanas sumergido y que parecía tomar consistencia.
 Realmente él solo lo consideraba un borrador más, uno de tantos de los que últimamente acababan quemados en la chimenea. No obstante, aquel nuevo texto parecía haber despertado a su dormida musa, inspirándole un relato en el que un anciano elefante, en los albores de su dilatada existencia y al borde de su inminente muerte, narra la despedida de sus seres más queridos pues siente ya que ha de emprender su último viaje. El que le conducirá hacia el lugar donde los paquidermos octogenarios se dirigen a morir en un misterioso y ancestral rito. 
Se sentó frente al cuaderno de notas sobre el que reposaba su pluma, ambos a la espera de ser retomados. Frente a la mesa de trabajo, la conversación con el médico volvió a un primer plano y buceando en sus entresijos, le llegó una reflexión. La de que podría estar muerto, no ya antes de verlo publicado si no lo que era aún peor, antes de haber escrito la última pagina. 

Con aspecto de querer continuar su trabajo, se sentó frente al escritorio, descapuchó la pluma y dobló el cuaderno, dejando a la vista la última página escrita. Recuperó torpemente un pequeño y sucio vaso usado días atrás y lo llenó con el bourbon de una botella que a modo de fiel perro faldero, reposaba siempre en el suelo, al alcance de su mano. Dio buena cuenta del
contenido regalándose tres tragos consecutivos que le fueron arañando el pecho mientras se precipitaban gaznate abajo y la vida pareció reentrarle en el cuerpo a cada segundo tras la ingesta del dorado veneno. 
Se dispuso a tomar la pluma con delicadeza, cómo en un ritual en el que a continuación se esperase la inminente aparición de las hadas literarias. Una hora después y con el contenido de una botella de Jack Daniels derramada dentro de sí, no había sido capaz de dar a luz ni tan siquiera un solo párrafo. Con los codos sobre la mesa y la cabeza apoyada entre las manos en un inequívoco gesto de frustración, comenzó a llorar desesperado. Se dirigió a la despensa de la cocina e inauguró la segunda botella de licor del día sentado en una butaca del salón. 

Fruto de los vapores etílicos, se le instaló en la cabeza la idea de llevar a cabo la práctica del protagonista de su nuevo libro. Ahora que conocía el poco tiempo de vida que le quedaba, podría establecer una especie de plan de recuperación de las personas a las que una vez quiso y a las que seguía queriendo aunque, sin saber bien porqué, había ido dejando en el olvido como el que suelta lastre en el ascenso de un globo. 
Excitado de golpe por la idea, se incorporó con más decisión que destreza, golpeándose con todo el mobiliario que encontró a su paso hasta ponerse de rodillas frente a un viejo sinfonier. Abrió uno por uno los cajones revolviendo frenéticamente en su interior hasta que finalmente, en un aparente gesto de victoria, elevó en el aire lo que parecía una antigua agenda con las tapas de piel. La besó repetidamente, como si aquella vieja y apolillada libreta albergara el secreto de la eterna juventud. Trastabillado, recorrió el camino inverso hasta el butacón y consiguió, no sin dificultad, sentarse sobre el. Sin duda, no era Ismael quien actuaba de aquel modo. Era toda su circunstancia la que animada por el alcohol le impedían ver con claridad cual era su verdadera situación, desorientándole en mil direcciones diferentes a las que dirigirse y a las que, obviamente, resultaba imposible acudir. 
En ese delirio, siguió imaginando que al igual que el viejo elefante de su relato, si cumplía con el círculo vital de despedirse y ponerse en paz con sus seres queridos le vendría la inspiración necesaria para poder terminar su novela. Quiso creer que así, podría morir con su conciencia tranquila y con su último trabajo terminado. No sabía a ciencia cierta cuanto tiempo de vida le restaba pero aquella decisión junto a la intención de finalizar la novela, serían sin duda sus últimos propósitos vitales.
(Continuará)

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