El mundo se ve diferente mientras te asomas al ventanal de tu despacho...

El mundo se ve diferente mientras te asomas al ventanal de tu despacho, situado en la última planta de un rascacielos del centro financiero de Madrid y saboreas las mieles del éxito. Cuando todo el mundo se rinde a tus pies, cuando
con un solo chasquido de dedos consigues caprichosamente todo aquello que pides, por absurdo que pueda llegar a ser, sientes con fuerza en tu torrente sanguíneo que eres el puto amo, que estás en la cima y que todo lo que se te antoje o desees hacer realidad, está a tu alcance. Y si, de modo adicional, el mueble bar de tu despacho nada tiene que envidiar a la carta de licores del Waldorf Astoria e insospechadamente, alguien rellena de cocaína a diario el pequeño cofre dorado que reposa sobre tu mesa y el mismo que lo rellena es tu eficiente secretario que además de eficiente, te alivia de vez en cuando con un delicioso revolcón sobre tu elegante sofá de piel, ¿qué más puedes ya pedirle a tu inmejorable existencia?. Te asomas al enorme ventanal que nutre de luz aquel magnifico espacio y miras al resto del mundo con una sensación de superioridad incomparable, como si fueras el dueño de un vasto imperio.
Notas como tu adrenalina viaja por el torrente sanguíneo a una velocidad que hace que sientas que tienes una erección constante. Y todo eso, joder, no nos engañemos, te pone cachondo cada puñetero minuto.
Esto mismo es lo que sentía constantemente Salvador Gaitán por cada poro de su piel y con sus cincos sentidos a la vez. Había pasado de ser un total desconocido que como hobby redactaba algún relato mediocre de vez en cuando y enviaba a algunas editoriales con nulo éxito, al reconocimiento internacional de su obra literaria. Sus dos primeras novelas, editadas bajo el auspicio de Zarco Arteaga
Editores y más concretamente por Arturo Zarco, copropietario de la misma, le habían catapultado a un éxito que Salvador jamás hubiera podido imaginar. Esas dos obras se habían convertido en best sellers internacionales, distribuidas y traducidas en más de treinta países y produciendo unos beneficios económicos astronómicos, tanto para la editorial como para él. Salvador pasó de vivir en un estudio alquilado de treinta y cinco metros cuadrados en una ciudad dormitorio de las afueras de Madrid a ser el propietario de una magnifica mansión en una exquisita zona residencial del norte de la capital. Contrató personal de
servicio y dado que, a pesar de sus treinta años, jamás se había planteado obtener la licencia de conducción, adquirió un suntuoso vehículo y los servicios de un chófer profesional que estuviera a su servicio prácticamente las veinticuatros horas del día.


Nada que no pudiera ocurrirle a cualquiera con el grado adecuado de ambición, perseverancia y porque no decirlo, algo de suerte. Pero lo cierto es que no todos sabríamos manejarnos de igual modo ante la misma circunstancia.
Por eso es que hay días en los que, hasta la mejor de las erecciones puede venirse abajo por algún acontecimiento inesperado.
El teléfono sonó rompiendo el ensueño de Salvador  mientras oteaba la ciudad desde su privilegiada atalaya. La voz de su secretario sonó a través del interfono.


-Salvador, siento interrumpirte, pero hay alguien en recepción que desea verte-
-¿Sin cita? Lo siento, dile que estoy muy ocupado-
-Sí, sin cita Salvador pero me temo que tendrás que atenderle.
Hubo un silencio en la línea
- ¿ah, sí? Por curiosidad Mario, ¿quién coño se cree tan importante para que yo tenga que atenderle sin cita?
El visitante acercó a la cara del recepcionista una cartera de bolsillo abierta para que pudiera corroborar lo que minutos antes le había dicho de viva voz.
El secretario retomó la conversación
-  es el inspector Garrido, de la policía- se hizo de nuevo el silencio.
Salvador se dirigió al mueble bar para estrenar una botella de Macallan. Volcó lentamente tres dedos de aquel oro líquido sobre un vaso bajo de cristal y lo precipitó gaznate abajo sin permitirle hacer parada en el paladar a la par que apretaba un botón en el teléfono
-De acuerdo, dile que suba-.

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