Demasiado tarde (relato corto) Capítulos III y IV

                                                                      Capítulo III

Decidió que el primero de sus reencuentros fuera con su ex mujer, con quien además había tenido a sus dos únicos hijos. Le había telefoneado el día anterior y tras un primer intento de rechazar un encuentro consiguió convencerla de lo contrario argumentando que tenia algo verdaderamente importante que contarle. Quedaron en la terraza de un tranquilo restaurante, situado en un céntrico parque de la ciudad. Había tensión pero Ismael no debía extrañarse por eso. Entre los hábitos saludables y responsabilidades que había abandonado desde que saltó a la fama como escritor, se encontraba la de atender a sus hijos. Y no solo en lo concerniente al aspecto económico, que olvidó cumplir enseguida de manera incomprensible pues, si algo había cambiado radicalmente en su vida era su nueva y excelente situación financiera. Donde sin duda había fallado estrepitosamente era en el hecho de ejercer el verdadero papel de padre, estando al lado de sus hijos, preocupándose por su educación y sus progresos. Ella, finalmente cansada de tantas llamadas de atención, había decidido demandarlo judicialmente, más con el fin de escarmentar su reprochable actitud que de desposeerlo de bien material alguno. Su ex mujer se bastaba y sobraba para mantener a los chicos, tanto por su buena situación profesional como por el extenso patrimonio heredado a la muerte de su padre. Pero ese era otro asunto. Ambos llegaron puntuales como solía ser su costumbre y se saludaron con más formalidad que aprecio. Pidieron algo de beber y ella no perdió tiempo en absurdos requiebros y preámbulos. Quizá esas artes pertenecieran al momento en el que se conocieron y ambos estaban imbuidos del embriagador y opiáceo estado del enamoramiento.

- ¿Y bien, a qué se debe este encuentro tan misterioso?–
- Tengo que contarte algo Ruth, algo serio-
- ¿no te habrás metido en algún lío?, ¿no me habrás metido a mi, verdad?, ¿necesitas dinero?
- ¿puedes parar un segundo?-
- si, lo siento.-
- Me he estado haciendo unas pruebas médicas. Llevaba varias semanas con unos dolores muy agudos en el vientre.
- ¿Y? – El dejó transcurrir unos segundos
- Tengo cáncer Ruth. Un cáncer terminal, muy avanzado. Ni siquiera van a tratarme para curarlo.
Tan solo para aliviar el dolor.
- ¿Cáncer terminal? – Ismael se limitó a afirmar levemente con la cabeza
-¿y nuestros hijos, estarás preparándolo todo?
-¡joder Ruth ¡ vengo a contarte que voy a palmarla ¿ y tu me sales con esa mierda?
-¿que puedo decir Ismael? No me alegra que vayas a morir. Pero tampoco que los chicos lleven más de un año sin tener una sola noticia tuya. No te hablo del dinero que deberías habernos enviado, ahora te hablo de haber visto a tus hijos, de haber estado con ellos como su padre que eres ¿te has estado acordando de ellos todo este tiempo?-.
- No tiene que ver con lo que te estoy contando Ruth, ¡me estoy muriendo, joder¡ ¿lo entiendes?
- Si Ismael, si. Te he entendido, pero en este momento no se que otra cosa puedo decir...necesito asimilarlo.
-Contéstame sinceramente Ruth, ¿tan malo he sido, de verdad he sido tan hijo de puta?-
-¿quieres realmente que responda a eso Ismael? Hazte un favor, busca dentro de ti-.

Ella no añadió nada más. Cogió su bolso de la silla, le besó en la frente y se levantó.
-llámame para decirme como evoluciona todo y en que hospital te van a tratar, para llevar a tus hijos. –
Su silueta se alejó perdiéndose por el sendero arbolado del parque.



Capítulo IV

Tampoco fue muy exitoso su intento de recuperar una a una sus antiguas amistades. No podía reprochar la aptitud desentendida y fría de la mayoría de ellos cuando le despachaban, en el mejor de los casos, con un par de minutos de conversación formal y protocolaria, sin ahondar en aspectos demasiado profundos. Hubo quien tan siquiera quiso verlo en persona esgrimiendo por teléfono cualquier excusa banal. Por más tesón que puso en la consecución de aquel plan, el resultado era infructuoso y en nada se parecía lo obtenido a la expectativa imaginada. Empezó a entender que no había sido demasiado realista en sus cálculos desde un principio, obviando el hecho de que dejar al abandono y al olvido a toda la gente que en el pasado había formado estrechamente parte de su vida, había sido un enorme desacierto. Pero cuando alguien dedica gran parte de su vida a construir una fortaleza inexpugnable a su alrededor y se instala en su más alto torreón, no debe lamentarse después de que nadie sea capaz de llegar hasta él. Con aquella recién adquirida actitud de nuevo divo tras el éxito de su novela, Ismael había penetrado en una senda sin retorno de la que poco a poco, había ido descolgando de su vida a las personas más importantes de su entorno, como a frutas maduras de un árbol abandonado. No bastaría ahora después del tiempo transcurrido, con una simple llamada telefónica de tono apaciguante para acortar la gran distancia creada con el paso del tiempo. Una vez en casa de vuelta de aquel periplo se dejó caer abatido sobre la cama, en un último intento de reflexionar sobre todo aquello que le estaba sucediendo
-Grietas-

Esa fue la primera palabra que acudió a su pensamiento. Fisuras arraigadas en todas sus estructuras, la mental, la física y todas sus derivadas. Grietas con un enraizamiento tal, que resultaría absurdo ya cualquier intento de reparación. Habría que volver a nacer y comenzar desde cero y fundamentalmente, aprender a enfrentarse a los fantasmas vitales desde su aparición. De otra manera, esas mismas quimeras se volverían a convertir en lastres enquistados, obligándolo  a seguir navegando escorado por la vida rozando el naufragio. Esa reflexión sobre el renacer le retrotrajo a su solitaria y huidiza infancia en la que se encerraba a escribir o a dibujar y no se relacionaba con el resto de los críos de su edad. En su adolescencia tampoco se esforzó en establecer lazos duraderos con ninguna de las pandillas que frecuentaba. A decir verdad, con nadie. 
Sin embargo era reconocido y admirado por todos ya que raro era el ambiente en el que no destacaba. Bien por su discurso culto bien por su aire extravagante y de hombre vivido a pesar de su edad adolescente. Poseía una inteligencia y una capacidad de asimilar conceptos complejos y abstractos fuera de lo común y sin duda era portador de un don. Pero aunque su cabeza era capaz de dar a luz ideas brillantes, algo fallaba a la hora de ponerlas en practica, de edificar la estructura que las sujetara y las hiciera perdurables en el tiempo. Y es que la paciencia y la constancia nunca fueron características destacables de su personalidad. Y esas virtudes, aun siendo regaladas por la naturaleza al nacer, requieren ser moldeadas y pulidas desde la niñez, como cualquier otro valor. Muchas de las piezas de aquel complejo puzzle en el que se había convertido su existencia, no estaban bien montadas y él convivía con la constante sensación de que aquello, más tarde o más temprano se derrumbaría, trayendo graves consecuencias.

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